La calabaza
La calabaza
Origen
de la calabaza
Parece
que algunas variedades de calabazas ya se
cultivaban en la antigua China, Babilonia o Egipto, pero para los españoles el
origen de las calabazas que comemos está en Sudamérica, donde eran cultivadas desde hacía 10.000 años.
Fueron
los conquistadores españoles los que las trajeron hasta Europa, igual que
hicieron con los tomates, el maíz, las patatas o el girasol. Para ellos
era un gran descubrimiento, que podía conservarse durante mucho tiempo, del que consumir su pulpa
y semillas.
De
invierno, de verano, blandas, duras, comestibles, no comestibles, lisas, con
verrugas, naranjas, verdes, blancas, amarillas, a rallas, con manchas,
redondas, aplanadas, alargadas, con forma de botella o cacahuete, existen más de 850 especies de esta baya de cáscara dura, que no es poco.
Porque
sí, la calabaza es una baya igual que la sandía, el melón, o la berenjena. Aunque tengan un aspecto
diferente de otras bayas como las uvas, el caqui o el tomate.
Pero
no solo hay diversidad en cuanto a los frutos, también las hay con referencia a
su planta. Pueden crecer en plantas rastreras, trepadoras y hasta en árboles
como el baobab, que también produce calabazas.
¿Por
qué se asocian las calabazas a Halloween?
Aunque
es cierto que, en la antigua fiesta de Samhain, los celtas solían utilizar nabos vaciados que llenaban con carbones
al rojo o velas como faroles
para guiar a los espíritus,
la asociación de este tipo de faro vegetal con Halloween proviene del siglo XIX.
Los inmigrantes irlandeses que llegaron a Estados Unidos se llevaron con ellos
algunas de sus tradiciones y las
extendieron con leyendas y cuentos populares
como el que nos ocupa para este caso: la
historia de Jack O’Lantern.
Cuenta
la leyenda que Jack
era un hombre ruin y malvado
con una fuerte afición por la bebida y una astucia incomparable para salirse
con la suya. Un día, el diablo se le apareció para reclamar su alma pero Jack le pidió que se convirtiera en unas monedas para poder tomarse un
último trago.
Cuando el diablo se introdujo en su bolsillo, Jack metió una cruz de madera y lo atrapó, obligándole a jurar que le daría diez años más de vida
en los que no podría hacerle nada. Desesperado, el diablo tuvo que aceptar el
chantaje.
Pasados
los diez años, el demonio regresó para cobrar su deuda pero, como parece ser que debía hacer siempre antes de sesgar un alma, aceptó cumplir la última voluntad de Jack. Este le pidió que trepara
a un árbol y le trajera la manzana que había crecido más alta de todas y, cuando el diablo ya estaba
arriba, talló una cruz en el árbol y lo rodeó con
pequeñas cruces de madera, atrapándolo de nuevo.
Esta vez, consciente de su segunda victoria, Jack
le exigió que dejase su alma para siempre.
Con
el tiempo, Jack muró y su
espíritu fue expulsado del cielo
por los múltiples pecados que había cometido en vida. Entonces, buscando refugio, bajó a los
infiernos e intentó convencer al diablo de que le acogiera allí. Este,
rencoroso todavía, le recordó que no
podía poseer su alma y le expulsó del infierno,
arrojándole unas brasas que arderían eternamente. Jack las introdujo en un nabo
y lo utilizó para alumbrar su camino por la Tierra mientras busca algún lugar de descanso y reposo
para su alma atormentada.
A
finales del siglo XIX, esta leyenda ya estaba muy extendida y el Jack O’Lantern era un método para alejar al diablo en las noches de Halloween. Debido a que había un excedente de calabazas en el país y a que eran más fáciles de vaciar y tallar, los nabos
fueron siendo sustituidos hasta que la
calabaza se convirtió en un símbolo inherente a la propia celebración de
Halloween.
Otro
relato, probablemente posterior, sugiere que Jack
se negó a ayudar a conseguir los ingredientes
para preparar una sopa de Halloween a una bruja. Esta, como castigo, impuso una maldición terrible a Jack: una calabaza gigante le engulló y desapareció para siempre. Como consecuencia de esto, la calabaza adoptó rasgos similares al
rostro humano.
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